Por Gaby Ruiz Petrozzi
Por Julio Talledo. 09 mayo, 2012.Hace unos días conversaba con una niña de 11 años sobre la formación y la exigencia en los colegios. Uno de los temas que me planteó era cómo hacer que los padres y profesores sepan diferenciar entre la corrección y el maltrato infantil. Me llamó la atención su inquietud, especialmente porque su madre –según sé- aplica algunos palmazos correctivos cuando es necesario. Ella, muy segura, me dijo que entendía que “esos palmazos y las fuertes llamadas de atención eran necesarias para corregir y eso, definitivamente, no es maltrato infantil” y que este era otra cosa. Tal claridad en sus ideas me llamó la atención.
En los últimos años, el país viene enfrentando un desprecio por las normas y la autoridad en general, en niños y adultos. Hace poco, hubo un incidente de un niño en un sitio público, donde después de dos llamadas de atención, siguió pasando por encima de los adultos. Al margen de cuestiones racistas o discriminatorias, el respeto a los mayores se ha perdido completamente. Y esto es consecuencia de confundir la corrección con el maltrato infantil.
Los niños, desde muy pequeños, se dan cuenta cuándo hacen algo incorrecto y cuándo son corregidos. Lo saben, lo intuyen en lo más profundo de su ser, aunque no les guste admitirlo; y necesitan ser corregidos. El amor del padre y de la madre los lleva justamente a corregir. Como cuando queremos que una planta crezca hermosa y saludable, y la podamos. La corrección es parte de ese proceso de mejora de las personas. Seguro que duele, pero luego se agradece.
Es cierto que no se puede vivir de normas y que poner reglas no resuelve todos los problemas, pero la necesidad de ellas es evidente. Hasta en un simple juego de niños, se definen reglas para jugar y quien las rompa o ignore se le calificará de tramposo; y, en este caso, es más que seguro que el juego termine en discusión. Lo mismo está ocurriendo en la sociedad. Por la costumbre de romper las reglas, nacen los conflictos con mucha facilidad; y es que nadie confía en nadie.
El Papa, en su último mensaje por la Cuaresma, habló sobre la necesidad que tenemos de ser corregidos y cómo esta obra de misericordia (la corrección) nos ayuda a ser mejores. Es sorprendente cómo hemos olvidado qué es una obra de misericordia… ¡Por caridad, hay que corregir! Y en este sentido, los padres deberíamos agradecer cuando –justificadamente- les llaman la atención a nuestros hijos, en cualquier lugar: el colegio, la calle, el cine, etc.
Sin embargo, hay que aclarar que la corrección debe hacerse siempre con total respeto. Y, reitero, con respeto. En la Carta Encíclica Caridad en la Verdad, el Papa explica -entre otras cosas- que el verdadero amor supone exigencia, pero aclara que la exigencia sin cariño, se transforma en injusticia. Tal vez, eso es lo que pasa en nuestra sociedad: la desgastada dedicación de los que ejercen autoridad han descuidado el cariño, quedándose solo en esa exigencia que se transforma en injusticia. Hay que recuperar el respeto a la persona y a las normas, que son la base de la convivencia social. Sin él, será imposible resolver cualquier conflicto, a todo nivel.
Facultad de Ingeniería.
Universidad de Piura.
Artículo publicado en el diario El Tiempo, sábado 5 de mayo de 2012.